Visión Política
Miedo detrás del blindaje
Por Fernando Cruz López
El Palacio Nacional, ese edificio que el discurso oficial ha llamado “la casa del pueblo”, hoy luce más como una fortaleza sitiada. Calles cerradas, vallas metálicas, cordones de seguridad y cientos de elementos policiacos listos para repeler lo que sea que se acerque demasiado. Y la pregunta inevitable salta como un eco incómodo: ¿de qué o de quién tiene miedo el poder?
Porque si todo estuviera en calma, si el pueblo estuviera feliz, si la narrativa triunfalista de “Cuarta transformación” fuera real, no habría necesidad de esconderse detrás del acero. El blindaje físico siempre revela un blindaje político: temor a la crítica, miedo a la inconformidad, y sobre todo, desconfianza hacia la ciudadanía.
El próximo sabado, miles de jóvenes planean marchar. Jóvenes, no bots. Voces reales, no algoritmos. Mentes inconformes que han decidido salir de las redes para tomar las calles, cansados de que se les diga que su enojo no existe o que su descontento es manipulado por “la derecha”. Si el gobierno estaba tan seguro de que el malestar era invento de los adversarios, ¿por qué ahora refuerza cada acceso al corazón del poder?
El blindaje del Palacio Nacional se ha convertido en símbolo de una contradicción. Un gobierno que se dice del pueblo, pero que le teme al pueblo. Que presume escuchar, pero calla frente al reclamo. Que juró gobernar desde la calle, pero se atrinchera tras murallas. En política, el miedo es la confesión más honesta del poder. Y el blindaje, su metáfora más clara: cuando un régimen se siente inseguro, no busca convencer, busca contener.
La marcha del proximo 15 puede convertirse en algo más que una protesta juvenil: un termómetro de la desilusión. Porque cuando los jóvenes, los mismos que hace unos años llenaban plazas para apoyar a quien hoy los desprecia, regresan a las calles, es señal de que el encanto terminó. No hay muro que pueda detener esa marea: la inconformidad no se apaga con vallas, y la libertad no se blinda con miedo.
La historia mexicana ha demostrado una y otra vez que cuando los gobiernos empiezan a temerle a su gente, es porque han dejado de representarla. Y ahí, justo ahí, empieza el principio del fin de cualquier “palacio del pueblo”.