No todo está perdido / ERNESTO REYES

No todo está perdido / ERNESTO REYES
No todo está perdido
ERNESTO REYES


La explosión de una pipa de gas, ocurrida en una vía principal al oriente de la ciudad de México, ocasionó dolor y muerte, expuesta casi en tiempo real, por la velocidad con que se difunden los hechos. Más allá de la reacción de autoridades para salvar vidas, en un mes percibido como trágico por los terremotos, el suceso produjo escenas, imágenes y actuaciones ciudadanas de una gran empatía y solidaridad.


Se contaron historias como las de Noé, un profesor de matemáticas fallecido; de Ana Daniela, estudiante de la Facultad de Estudios Superiores de Cuautitlán; la del motociclista que transportó a un bebé con graves quemaduras hacia un hospital; el deceso de Jorge Islas, artista plástico, gestor cultural y profesor del IPN, quien estuvo en el siniestro de Santa Martha Acatitla,  y el de la abuelita, Alicia Matías, quien salvó a su nietecita protegiéndola con su cuerpo, a pesar de que las llamas la envolvían letalmente. Este acto quedará grabado en el imaginario de un país que sabe reconocer el valor de quienes, como doña Alicia, arriesgan la vida para que un ser, que apenas va naciendo al mundo, pueda sobrevivir.


Hubo actitudes memorables donde el personal médico de varios hospitales capitalinos y del estado de México se dispusieron a atender a personas con graves quemaduras, tratando de salvar vidas; igual la de policías, bomberos, conductores y vecinos, afanados en auxiliar a gente que necesitaban ayuda urgente. Los actos heroicos se pueden perder en la inmediatez del accidente, como el de quienes trataban, con agua y tierra, de sofocar el fuego. 

Hasta el viernes la tragedia sumaba una decena de muertes y cerca de un centenar de heridos, más daños materiales. El fuego calcinó vehículos particulares y de carga debido a la volcadura y estallamiento del camión cisterna en el puente “La Concordia”, de la Alcaldía Iztapalapa. Una de las hipótesis que manejan es que la unidad circulaba a exceso de velocidad en una vía altamente transitada. Las causas precisas pronto se conocerán.


La señora Alicia, quien trabajaba de checadora en las combis que pasan en el bajo puente, es parte de la red de cuidados particulares de menores que no tienen acceso a guarderías públicas, mientras sus madres tías o abuelas deben de trabajar. 

El caso actualiza la discusión del por qué no existe un sistema público de atención a miles de mujeres que tienen la dedicación maternal de “criar, trabajar y sobrevivir al mismo tiempo”, expresó un usuario de redes sociales. Igual tampoco hay comedores en empresas e instituciones educativas que aligere la necesidad de buscar alimentos, gastar más y perder horas en el transporte público. 

En la Unidad Iztapalapa de la UAM, y en otras unidades de la misma institución, existe un ejemplo sobre cómo mantener, con poco presupuesto, un comedor que, con precios módicos y donde tiene participación el sindicato, se ofrece comida saludable a cientos de trabajadores administrativos, académicos y estudiantes, sin ninguna distinción. Modelo que podrían replicar otras casas de estudio si en verdad desean ayudar a su comunidad.


El gesto de amor de la abuelita Alicia no es menor al de quienes llevaron agua, café, comida, enseres y, además ofrecieron transportar a familiares de heridos y deudos para ubicar en dónde estaban localizables, haciéndonos recordar lo que algunos vivimos el 19 de septiembre de 1985, cuando un gran terremoto devastó el centro de la ciudad de México, ocasionando miles de muertes, heridos y pérdidas materiales. 

La solidaridad hacia quienes necesitaban apoyo, rescatando vidas y cadáveres debajo de los escombros, se quedó estampada en nuestro corazón. Allí perdimos, y nos esmeramos en buscar, con otros oaxaqueños, a nuestro amigo: el periodista Antonio Mejía, corresponsal en Oaxaca del periódico “El Día”. 

Algunos dicen que dicha reacción ciudadana maduró el concepto de sociedad civil que posteriormente trajo transformaciones políticas y sociales, en un país gobernado por la corrupción e insensibilidad del PRI. 

Igual, apenas, mucha gente recordó el terremoto del 7 de septiembre de 2017, que con intensidad de 8.2 grados, destruyó casas y vidas de Juchitán de Zaragoza y pueblos circunvecinos, comunidades que jamás se rinden ante la adversidad.


Generosidad, sacrificio y disposición de ayuda son síntomas esperanzadores e inequívocos de que en este país no todo está perdido. La gente te tiende la mano en momentos de urgente necesidad. Se confirma que el pueblo es el único que puede salvar al pueblo. ¡México vive!
@ernestoreyes14

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